Tal vez sea por evitar un gran pesar
—como cuando el héroe en una tragedia de la Restauración
grita: “¡Dormir! ¡Ojalá un largo sueño para olvidar!”—
que uno vuela, elevándose sobre la ciudad sin costa,
virando hacia arriba desde la acera como una paloma
cuando suena un claxon o se cierra de golpe una puerta, la puerta
de los sueños. La vida perpetuada en amores multicolor
y hermosas mentiras en idiomas diferentes.
El miedo se precipita también, como el cemento, y estás
sobre el Atlántico. ¿Dónde está España? ¿Dónde está
quién? La Guerra Civil se luchó para liberar a los esclavos,
¿no es así? Una repentina corriente de aire te recuerda la gravedad
y tu posición respecto al amor humano. Pero
aquí es donde habitan los dioses, inquisitivos, perplejos.
Una vez que estás indefenso, eres libre, ¿te lo puedes
creer? ¿No despertar nunca con la triste fatiga de un rostro?
¡Viajar siempre sobre una impersonal inmensidad,
estar fuera, siempre, ni dentro ni a favor!
Los ojos se revuelven en el sueño como movidos por el viento
y los párpados se entreabren batiendo levemente como un ala.
¡El mundo es como un iceberg, hay tanto que es invisible!
y fue y es, y aun así la forma puede estar durmiendo
también. Esos rasgos cincelados en el hielo de alguien
amado que murió, eres un escultor que sueña con el espacio
y la velocidad, tu mano sola podría haber hecho esto.
Curiosidad, la apasionada mano del deseo. ¿Muerto,
o durmiendo? ¿Hay suficiente velocidad? Y, cayendo en picado,
renuncias a todo lo que hiciste tuyo,
el reino de tu yo se aleja en el mar, pues debes despertar
y respirar tu tibieza en esta amada imagen
ya esté muerta o simplemente en trance de desaparecer.
mientras desparece el espacio y tu singularidad.

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